mayo 11, 2007

Palabras de más

En el metro, una mañana cualquiera. El vagón no abarrotado, pero sí bastante lleno, se acerca a una de las estaciones. Hay una señora un poco por delante de mí, no completamente delante, pero digamos que unos 30 grados a mi derecha, tal vez unos 20 centímetros más cerca que yo de la puerta.

El tren empieza a frenar, la señora se vuelve y me pregunta si me voy a bajar en la próxima (parada). Recordemos: yo estoy detrás de ella. Es imposible que obstaculice su recorrido hacia la salida. No entiendo por qué me hace esa pregunta innecesaria. Me la quedo mirando con cierta perplejidad durante un par de segundos, sin contestar. Luego le digo:

(Empieza sarcasmo)

- No, estoy pensando en pasar el día aquí, en el vagón.

(Termina sarcasmo)

No contesta nada, pero me lanza una mirada furibunda. Farfulla algo entre dientes, creo entender un "Hay que ver...".

Yo le suelto disimuladamente un puntapié en el talón cuando está saliendo. Otros me divierte, pero hay días en que la estupidez de la gente me irrita profundamente.