abril 16, 2007

Papeles cambiados

En el trayecto en autobús hacia casa, tengo vista varias veces a una pareja, un matrimonio de sexagenarios, con los roles claramente cambiados.

Me explico.

Él condensa la versión más chafardera y casposa de la maruja. Habla sin descanso mientras ella atiende vagamente sin mirarle, ofreciéndole una oreja de perfil mientras mira por la ventana. A veces gira un poco la cabeza y asiente, o hace una breve pregunta aclaratoria en mitad de sus peroratas, y supongo que otras veces desconecta por completo del runrún y ni siquiera escucha.

Pero lo más asombroso son los temas de los monólogos del fulano, y ahí es donde me atrevo a calificarle sin pudor de maruja. Se dedica a reproducir conversaciones completas, citando literalmente las frases de las dos partes, como si estuviera leyendo los diálogos de una obra de teatro.

“…Y dice Concha “¿Por qué no arreglamos de una vez el aparador?”, pero dice Miguel “¿Para qué lo vamos a arreglar, si tenemos encima la gotera cada vez que llueve?”, y ella dice “Eso es cosa del presidente de la comunidad, que no quiere dar la autorización para hacer la obra”, y dice Miguel “Pero Concha, ¿cómo no va a querer dar la autorización? Lo que pasa es que hay que aprobar una derrama entre todos los vecinos cuando hagan la junta de la comunidad”, y dice ella…”.

El tipo habla con un tonillo un tanto desganado, cansino, como si diera por descontado que su mujer en realidad ya sabe (o debería saber) todo lo que cuenta. Entre líneas se percibe a veces una punzada de mala leche, una acritud que borra su presunta neutralidad, como si en el fondo desaprobara todo lo que cuenta.

Alguna vez he estado tentado de acercarme a la pareja y preguntarle a la señora: ¿Pero cómo soporta usted a este pelmazo?